Esta
semana tuvimos la fortuna de trabajar por primera vez en el Colegio Avalon, en
el sur de la CDMX. Es un colegio joven, con 5 años de experiencia, abarca
niveles desde preescolar hasta secundaria, y desde el inicio de sus labores,
incluyeron a un pequeño con síndrome de Down en su experiencia educativa.
De
corte constructivista, con actividades por proyectos, el colegio ha recorrido
un proceso muy interesante que hoy reflexionamos juntos: empezó siendo una mera
“experiencia” y hoy tiene las bases para convertirse en un programa
institucional de inclusión.
Así
pues, nos preguntamos que hace a una escuela adoptar un modelo de educación
inclusiva. Las respuestas fueron varias con base en la experiencia y al marco
teórico y conceptual de este enfoque.
Lo
primero es enfrentar la diversidad como una realidad humana, verdaderamente
aceptar la diversidad como un principio de realidad y con ella planear,
organizar los elementos centrales del currículum escolar: diversidad en los
contenidos, en las metodologías y en las formas de evaluación.
Si se
cambia la postura, donde la diversidad es un continuo que va desde la manera en
que aprenden –niños con discapacidad y dificultades en el aprendizaje, niños extrovertidos,
introvertidos, con estilos de aprendizaje visuales, auditivos, kinestésicos,
niños con mucha facilidad para ciertos contenidos y dificultades en otros hasta
niños sobresalientes- entonces voltearemos la mirada de la discapacidad de un
niño como un problema para aprender en un grupo, hacia el reto que impone
pensarnos en la diversidad, el cable a tierra, de todos y cada uno.
Este
cambio no se da naturalmente con la presencia de los niños que han sido
aceptados en una escuela. Es un cambio que va desde el enfoque de los
directivos, desde “las culturas inclusivas, que permean hacia políticas inclusivas y se
traducen en prácticas inclusivas.”[1]
Así
fuimos asumiendo que no se puede trabajar hacia un modelo de educación
inclusiva sin analizar las barreras para el aprendizaje que están en nuestro
contexto escolar. Barreras actitudinales (bajas o altas expectativas,
sobreprotección), metodológicas (alternativas de métodos, materiales, formas de
evaluar), organizacionales (tiempos y recursos) y sociales (por miedo o
ignorancia).
Es
bueno preguntarnos que tanto en nuestras escuelas, en la práctica cotidiana,
ponemos al centro del proceso de aprendizaje la discapacidad de nuestros niños
y sobre ella la enorme responsabilidad de lograr avanzar en el aprendizaje,
dejando de ver el entorno, donde nosotros docentes somos parte fundamental del
mismo.
Estamos
a punto de iniciar un nuevo ciclo escolar donde millones de alumnos y miles de
maestros volvemos a las aulas de educación básica. Sea que ya estemos en un
modelo inclusivo, o bien uno compensatorio (un grupo especial dentro de una
escuela regular), es un buen momento para ubicar en donde estamos, que hemos
aprendido y hacia donde queremos ir como metas en este ciclo, esta nueva oportunidad
de aprendizaje.
Aquí
compartimos algunas de las preguntas que pueden ayudar para este fin:
¿Quién es responsable
de los alumnos con discapacidad en la escuela? Si los niños son responsabilidad
de los maestros de apoyo especialistas, o de los maestros monitores, no es un
modelo de educación inclusiva. Los niños son de la escuela, por lo tanto, la
responsabilidad es del equipo docente con diferentes roles.
¿Quién se adapta a quién en nuestras aulas? ¿Los
niños con discapacidad al contexto del
grupo o el grupo a las condiciones del niñ@? Si aún queremos que sea el niño quien se
adapte al grupo sin mover nuestra mirada de que es el niño quien tiene que aprender el mismo programa que los demás, con el mismo currículum, sin
flexibilizarnos en contenidos, métodos, evaluación, entonces estamos en una fantasía, una utopía
inalcanzable. Aquí salen perdiendo también muchos niños SIN discapacidad y con
distintos retos en el aprendizaje. Niños con dificultades en la atención, en
los procesos lógico-matemáticos o de lectura y escritura. Y caemos en el error
de excluir al querer incluir. Excluimos cuando no nos movemos de nuestra
postura docente, cuando le enfrentamos a procesos de aprendizaje demasiado
altos o demasiado bajos para su condición del momento.
¿Cómo es el proceso
de cambio hacia un modelo inclusivo? Lo primero que cambia
es nuestra mirada, los lentes con que miramos al niño en primer lugar, y a sus
capacidades y retos. Cambia y avanza cuando somos capaces de llevar e implementar
un programa específico dentro de un programa grupal.
¿Cuáles son los
principios pedagógicos de un buen modelo inclusivo? Sin duda el
aprendizaje cooperativo, la diversidad, la flexibilidad y creatividad en el
currículum (en todos sus elementos) y el trabajo en equipo entre los
profesionales, y la claridad en los
roles padres-terapeutas (externos a la escuela) con las autoridades y docentes
de la escuela.
¿Cómo enfrentar las
diferencias de percepción y expectativas naturales entre padres de niños con
discapacidad y escuela? ¿Qué favorece una buena relación entre padres y
docentes? Lo primero es
escucharnos mutuamente para aclarar expectativas. Los padres son expertos en
sus hijos porque los conocen desde siempre; sin embargo, pueden caer en la
subjetividad. Y los profesionales pueden ser expertos en el aprendizaje porque
tienen los conocimientos, experiencias, metodologías, recursos, etc. Y caer en
la etiqueta de encasillar, con bajas o altas expectativas, ignorar o
sobreproteger a quien quieren educar.
No hay métodos únicos.
La educación inclusiva es un proceso vivo, dinámico, que hacemos en diálogo. NO
hay blancos y negros, sino diversidad.
[1] Index for Inclusion https://scholar.google.com.mx/scholar?q=index+for+inclusion+resumen&hl=es&as_sdt=0&as_vis=1&oi=scholart&sa=X&ved=0ahUKEwiAgKiRjuLVAhVX7GMKHeuFAccQgQMIKTAA, consultado el 18 de Agosto
2017.
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